jueves, 26 de julio de 2007

El universo y el tiempo


Hay una hipótesis dentro del mundillo de los físicos, compartida por algunos filósofos y matemáticos, que dice que el universo (que no es infinito) está compuesto por millones y millones de partículas. En cada instante el universo está ordenado de acuerdo a una única y determinada combinación de partículas, combinación que, obviamente, se modifica al instante siguiente. Me crece el pelo y así hay más partículas en mi cabeza, que otrora estaban en otro lugar (porque sabemos, creo, que no se puede crear materia, y acá me hago el culto poniendo E=mc2, famosa ecuación popularizada por Einstein).
Ahora bien, siendo la cantidad de partículas inmensamente grande, pero finita, la cantidad de combinaciones que puede hacerse de dichas partículas también es finita, por lo que en algún “momento” deberían repetirse las combinaciones de partículas.
Algunos interpretan esto como una repetición del tiempo, una vuelta atrás donde reviviríamos todo lo acontecido en el universo.
Al margen de que no estoy de acuerdo con esta última afirmación (porque si bien pude llegar a ser cierto que se repitan las combinaciones de partículas, no hay evidencia que indique que dichas repeticiones se darían en el mismo orden en que originalmente se dieron), es agradable jugar y pensar suponiendo la veracidad de dicho pensamiento.
Si volviera a vivir mi vida, ¿sería lindo? En mi caso sí, sin duda, pero estoy seguro de que no en todos los casos.
Yo volvería a ver a muchos amigos que seguramente no voy a ver de otra forma (Mr. Verloc, por ejemplo, es uno de ellos; mi única esperanza para compartir una cerveza y un pool con él creo que es confiar en los pronósticos de éstos físicos alterados).
Invito a los innumerables lectores (digo innumerables porque no llegan ni al 1) a proponer diferentes consecuencias de esta hipótesis.

miércoles, 18 de julio de 2007

¿El cuento sin fin II?

Siguiendo con la idea expresada en el artículo anterior, quisiera agregar algo más sobre la postura a la cual me inclino. Susan Rose-Ackerman es Profesora y codirectora del Centro de Derecho, Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Yale, ex consultora del Banco Mundial y autora de decenas de artículos y de dos celebrados libros como "Corrupción, un estudio de economía política" , de 1978, y el traducido a trece idiomas, incluido el chino, Corrupción y gobierno: causas, consecuencias y reforma , de 1999-, Rose-Ackerman es una de las mayores y más respetadas investigadoras del fenómeno de la corrupción en el mundo.
En su libro La Corrupción y los gobiernos, editorial Siglo XXI de Argentina Editores, arriba a la siguiente conclusión: "... la peor combinación, la que mas alienta la corrupción, es la de un sistema político basado en un presidente con amplios poderes y legisladores elegidos con el sistema de representación proporcional ...". Asimismo, esta definición la podrán encontrar en la entrevista realizada al diario La Nación del 18/07/2007.
Sin pecar de vanidoso, y al solo efecto de solidificar la postura de que en los países subdesarrollados, como la Argentina, el voto no debe ser universal sino selectivo, análisis como este permiten abordar el tema con mayor profundidad, analizando causas y consecuencias.

miércoles, 11 de julio de 2007

¿La historia sin fin?

Si nos pusiéramos a recordar los temas que siempre surgen en las charlas de cafés entre amigos, seguramente en el ámbito de la política subyace uno que tiene sus inicios en los comienzos de cualquier democracia en cualquier país del mundo, y particularmente en la Argentina ya debatían desde la Revolución de Mayo: ¿Quiénes deben votar?
Obviamente existen infinidad de posturas sobre este tema, pero podríamos dividirlas en dos grandes grupos: los que opinan que todos deben votar y los que consideran que solo algunos deben votar. El voto es el acto democrático más solemne, donde cada ciudadano puede expresar libremente quien debería ser su representante, cualquiera fuera el ámbito en el que se desarrolle, ejecutivo o legislativo.
Pero focalizando en la división anterior, quienes participan en el segundo grupo (votación selectiva), son refutados con una simple pregunta que derrumba cualquier análisis: si no deberían votar todos, ¿quien decide quien lo puede hacer?. Si de democracia se trata, el autoritarismo no tiene lugar en ella, y por lo tanto decidir quien debería hacerlo no tendría sentido, lo cual coloca a esta postura en un sitio demasiado endeble. Palafraciando a Einsten, si realmente esto es un problema, tiene que tener solución, y en esa línea quiero expresarle una idea.
A esta altura, no será necesario aclararle al lector en que grupo me incluyo. La referencia de que todos no deben votar, tiene su asidero en la realidad política de los países subdesarrollados, donde la educación es escasa, la pobreza abunda, el acceso a los medios no es moneda corriente, pero el clientelismo político está a la hora del día. Votar implica elegir entre varias opciones, y como sucede hasta en las actividades más cotidianas, la selección de una alternativa implica el conocimiento de todas, o al menos de algunas. Elijo un Peugeot 206 porque tiene más ventajas que un Renault Clio, y así podría nombrar un bastión de ejemplos. Ahora bien, la pregunta que me hago es, ¿aquella persona que vota inducida por una caja de comida o un plan de asistencia estatal, elige realmente?. Mi respuesta es simple y directa: NO! De ninguna manera. Quien elige es el puntero político de turno que coacta la posibilidad de optar. Pero no solo los indigentes tienen este tipo de problemas. Cualquier persona que no tenga acceso a los medios de información, ya sea por su ubicación geográfica, situación socio-económica, o la causa que fuere, tampoco elige voluntariamente, sino de acuerdo a las posibilidades que tiene.
En el mismo orden de cosas, muchos suelen ampararse en la estadística como fuente de conclusiones, como si el 99% de una variable refleje una situación favorable. Si ese porcentaje reflejaría la cantidad de personas que poseen una PC en su domicilio, podríamos concluir que la Argentina es un país “computarizado”, si me permiten el término. Ahora bien, si ese mismo porcentaje refleja las personas que no sufren de hambre, le pregunto: ¿si ese 1% fuere su hijo o su hermano, podría concluir que en la Argentina no se sufre de necesidades alimenticias?, seguramente su respuesta sería que no. En el mismo orden de cosas, en una elección se supone que una persona puede ser presidente en la Argentina, si obtiene el 51% de los votos, es decir, presidente para el 51% como para el 49% que no lo eligió. Le propongo que se abstraiga de la realidad, y me siga en esta idea. Si ese 51% fueran todas mujeres, ¿Uds podría concluir que todos los géneros están representados por ese presidente? Ahora lo llevo a otra variable: el 33% de las personas entre 30 y 45 años y el 33% de las personas mayores de 45 años eligieron a un intendente determinado, ¿Ud podría concluir que todas las edades se encuentran representadas en ese ejecutivo?. Podría seguir con infinidad de ejemplos, pero no pretendo aburrirlos.
Todas y cada una de estas reflexiones tiene un único objetivo, el de plantear una solución a la refutación básica del planteo de que no todos debemos votar. Cualquier sociedad se puede segmentar por sexo, edad, profesión, religión, escala social, ingreso promedio, entre otras, y cada una a su vez puede agrupar a otras. Si pudiéramos tomar una muestra que concentre a toda la población por diferentes segmentos, que surjan a través de un análisis técnico realizados por un grupo de estadistas, elegidos por sus antecedentes académicos (o por azar), en donde existan la misma cantidad de personas por segmento, y su selección sea azarosa sin reposición de acuerdo al grupo o segmento en donde cada uno se encuentre, tendríamos una real y equilibrada representación de ciudadanos, quienes serían los únicos con posibilidad de votar para una elección determinada. De esta forma, todos los sectores tendrían la misma oportunidad de elegir, sin hacer diferencias estadísticas, mejorando la calidad de votación e imposibilitando el sesgo inmoral que implica el clientelismo político. Seguramente, los argumentos de los candidatos deberían tener mayor contundencia, claridad, asidero y objetividad, ya que no contarán con artilugios antiéticos para salir vencedores en una elección, fruto de la cantidad de personas manipulables.
Esto pretende ser solo una reflexión, como punto de partida a encontrar alternativas al tema.